domingo, 9 de diciembre de 2007

sobre vaho y pupilas verticales

Es tremendo cómo andan los gatos.

Volvía a casa después de un día ajetreado y sonaba una canción guay en mi MpZen. Llegué al portal y no había nadie esperándome, a pesar de que mis sentidos sexto y séptimo auguraban que así sería. Tampoco me encontré con mi vecino, con lo cual parecía que no iba a dar uso a la navaja que siempre llevo en el bolso para poder cortar la tensión sexual. Hacía frío, y para colmo me sentía la mujer más fea del bloque.
Lo que me voy a encontrar en casa no me gusta, me digo, realmente no quiero subir al hogar. Así que aminoro el paso. Voy lenta. Fijándome bien si alguien está detrás de una esquina para darme una sorpresa. Buena o mala, lo cierto es que despellejaría un gamusino por una sorpresa. Por algo inesperado, por un giro de muchos cientos de grados. Que caiga un meteorito, que se queme un árbol, que explote un coche, que Bisbal se deje el pelo quieto, que baje un ángel o que Britney Spears se vuelva estéril, pero quiero novedad. Despellejaría dos gamusinos hermanos de sangre por algo de epinefrina. Me vuelve el mono. Ay, señor.

Y de repente, como si Dios existiera, aparece un gato. Un Gato. Blanco y negro. De pelaje suave y mirada pizpireta. Con gráciles movimientos se pasea entre los coches, olisquea parachoques, chupa matrículas.
Estamos solos en el barrio, tú y yo. Artilleros es nuestro, aquí y ahora. Esta luz, este aire, estos minutos, pequeño minino, y encima desfilas mejor que yo.

Me fascina, increíble, cómo se mueve. No puedo despegar mis ojos de sus almohadillas, que se levantan del suelo y por un momento le hacen volar, su cuerpo se eleva, flota. Es un Gato etéreo. Me mira. Le miro. No puedo dejar de hacerlo. Me he enamorado. Esto es amor, esto es. Es un pinchazo en el corazón, un encogimiento del alma. Su columna es flexible a los golpes de su cadera y yo me siento vulnerable como un recién nacido al lado de una motosierra. Así es nuestro amor, salvaje. Hiriente, desgarrador.
Me pincha con sus ojos verdes y me dice algo así como: "conmigo tampoco, querida". Olisquea un par de vehículos más y sigue su camino. Me abandona. Su mirada felina, su anatomía gatuna, se alejan. Se pierden.

Saco las llaves.
Esto es un regalo, pienso. La canción no ha acabado, sigue haciendo delicioso este momento, me estimula el cerebro, me da paz.
Y de repente una carcajada me sobreviene. Y río, me dejo fluir, río de una manera desconsolada. Con los sonidos más tristes y los ojos mas humedecidos.
Río, lloro y atravieso la cerradura.

Estamos igual de solos. Tú tienes más pelo y eres más ágil, yo lagrimeo metro y medio más arriba, pero en el fondo estamos igual de perdidos en las aceras. Pero en ese preciso momento en el que nuestras vidas se cruzan, cuando las líneas se unen en un punto, cuando todo el universo se ha dispuesto de manera que tú y yo compartamos este instante, y tu pienses en pescado y basura y yo piense que deseo pasar el resto de mi vida acariciándote y que te duermas en mi regazo... dime, ¿no sientes como si el mundo se sacudiera?


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Alibricias

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