Hoy es un día triste, muy triste.
Si esta mañana tuvisteis el mundano placer de recorrer 10 paradas de la línea 6, os debisteis de fijar en que la gente no te sonreía con la efusividad característica de todas las mañana, no por lo menos a mi. Hoy, desgraciadamente, parecían apenados, soñolientos y un tanto descuidados respecto de su higiene personal.
La pregunta que urge hacernos es la siguiente: ¿Por qué, ¡oh Señor!, habita la pena entre nosotros en este lluvioso 20 de Noviembre?
La respuesta es sencilla: hoy no entregué mi cuadernillo de acotación debidamente cumplimentado, vaya caos.
Veréis, tras una noche de bohemia ilustración a la luz de mi flexo, no me ha dio tiempo a terminar las chiquicientasmil cotas necesarias, y claro, ese remordimiento de vagancia que te reconcome se le nota a uno en la mirada, en el cutis y hasta en el alma.
Pensando poco más tarde sobre nada en particular, me acordé de que hoy murió Paquito, y no precisamente el chocolatero, sino Paquito Franco Bahamonte, caudillo de España por la gracia de Dios- olé!- y hábilmente, supe relacionar la melancolía general con este hecho (y no con mi desastrosa entrega).